¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.
Kavafis
Es a los bárbaros que hoy llegan.
Kavafis
[16 de May de 2010]
Hace años se acabó el cuento de la globalización feliz y ahora termina la quimera del euro. La Guerra de Irak quebró las fantasías tramposas de una democracia de mercado benéfica y universal; la crisis financiera desmantela en este momento el castillo de naipes de la unión monetaria europea.
Nos repitieron la fábula de un continente resumen de los valores más avanzados de la civilización: “Aquí nació la democracia, la Carta de los Derechos del Ciudadano, el Estado del Bienestar”... Y en su levitación europeísta se olvidaron de decirnos que en esa tierra de promisión también nació el esclavismo, la Inquisición, el colonialismo o el fascismo.
Si se veían muy apurados nos relataban esa historia tan tierna de Europa como contrapeso de Estados Unidos, del capitalismo productivo y bueno frente al capitalismo especulativo y malo, del modelo social europeo frente al darwinismo norteamericano. Hasta los mandamases de la izquierda repitieron como papagayos el mismo guión autocomplaciente.
Ahora la crisis arrambla con la fachada fraudulenta. La Europa del Capital y de la Guerra presenta su auténtica faz. Tras el escaparate de los Erasmus y Comenius, Bolonia anticipa la universidad clasista; tras la patraña del discurso intercultural, la represión carcelaria de los centros de internamiento de inmigrantes; tras el fetichismo de la moneda única, el euro-yugo, el dogal hunde-pueblos.
Al principio de la crisis cundió el desconcierto en los consejos de administración y en los palacios. Sonaron de nuevo grandes palabras: nacionalización, refundación del capitalismo, revuelta social. Parecía intuirse el fin del letargo, el retorno del antagonista dormido. Vana ilusión. Tras el susto, los poderes económicos y políticos volvieron a la ofensiva de clase, moviendo las fichas de más calado.
El capital demostró, una vez más, su doble condición experta de traficante de sueños y gestor de las crisis. Traficante de deseos, de expectativas, de pulsiones de consumo, pero también hábil administrador de los bruscos despertares. Las burbujas económicas –ya sea inmobiliaria, tecnológica, petrolera o alimentaria- no son un exceso del sistema, sino su condición de existencia; pero las crisis son también consustanciales al capitalismo. Burbuja y crisis, especulación y crisis, constituyen la sístole y la diástole imprescindibles de la Bestia. A esa alternancia corrosiva, los cantores del capitalismo le llaman, con ínfulas de imposible poesía, “destrucción creativa”.
Necesitan destruir, purgar, limpiar la economía (Solbes dixit). Requieren hundir países y desmantelar derechos para recuperar las tasas de ganancia. Precisan eliminar a los competidores más débiles y doblegar a las clases trabajadoras para satisfacer su bulimia de beneficio y restaurar el ciclo de la explotación. Y en esas están.
Los Mercados se convierten en la fuerza telúrica, en los nuevos hados protagonistas de la tragedia. “Hay que restablecer la confianza de los mercados”, dicen a coro los medios de comunicación, la intelectualidad, los políticos y sindicalistas. Los mercados como potencia sobrenatural por encima de los designios humanos señalan con su dedo divino quiénes son los hundidos y los salvados. Hoy el destino fatal y ciego le toca a Argentina y mañana puede cebarse con Islandia, con Grecia o con España.
Y mientras ahogan nuestro grito de angustia con el cuento del Mercado como Nueva Providencia, nos olvidamos de los mercaderes de carne y hueso, de Botín, de Florentino, de las Koplowitz, de los bancos y multinacionales terrenales para los que los gobiernos-capataces urden leyes, plusvalías y rescates a medida.
Vienen a saco. “Lo queremos todo y lo queremos ahora”: el despido barato, el salario de los empleados públicos, la jubilación a los 67, el copago sanitario, las cajas de ahorro, las oficinas de empleo, correos, la privatización de los servicios públicos… Han declarado la lucha (unilateral) de clases, mientras la población trabajadora se abraza a su ficción de clase media propietaria, adherida al consumo y hedonismo programados, dispuesta a cualquier cosa –racismo rampante incluido- con tal de prolongar sus insensatos sueños de nuevos ricos. “Habían olvidado el tiempo de la pobreza/ y el habla de los abuelos; pero no sabían/la vileza sin fin en que vivían/ahora que eran parias de la riqueza” (Celso Emilio Ferreiro). Parias de la riqueza, rocosa clase media, esclavos de la bonanza de los últimos años y abonados a la ideología del todos contra todos y sálvese el que pueda.
Ingenuos, pensamos que la crisis sería el abreojos, la oportunidad para acabar con el encantamiento y sin embargo se adensó la ceguera y el miedo. Los que mandan han comprobado que enfrente apenas hay nada; por eso aprietan el acelerador, por eso no pararán hasta que la rabia de las gentes despierte.
Pero no las tienen todas consigo. De ahí que, compulsivamente, necesiten echar zahorra para ocultar el rastro del robo. Messi regatea magistralmente y Belén Esteban se remienda la cara o las tetas mientras los empresarios corruptores untan con trajes y caballos a los políticos corrompidos; Ronaldo encabeza las remontadas épicas y Bea la legionaria monta el pollo en el Gran Hermano, entretanto el Banco de Santander se embucha 9000 millones más de beneficios.
Llega la hora de la verdad. Han querido cobrarse la primera gran pieza en Grecia y ahora vienen a por España. Allí se han encontrado con una clase obrera y una juventud precaria dispuestas a luchar. Cuatro huelgas generales en tres meses. Y el poder no ha dudado; de nuevo hemos visto la sangre por las calles, de nuevo la antiquísima lección de economía política e infamia: el dinero tiene licencia para matar.
Resignación o resistencia. No hay más caminos. La primera opción pasa por replegarse otra vez al buen rollito, a la oposición consentida en cualquiera de sus formas-la izquierda sumisa y mendicante, el sindicalismo corporativo y parasitario, el posmodernismo evasivo y subvencionado-. La segunda alternativa pasa, en lo inmediato, por la huelga general y por la paciente construcción de un sólido movimiento anticapitalista.
En Mérida, del 29 de mayo al 2 de junio, con motivo de la reunión de ministros de agricultura de la Unión Europea, desde la modestia periférica de nuestras fuerzas, tenemos una oportunidad para contribuir a edificar esa resistencia social contra la barbarie del capital.
Manuel Cañada
Hace años se acabó el cuento de la globalización feliz y ahora termina la quimera del euro. La Guerra de Irak quebró las fantasías tramposas de una democracia de mercado benéfica y universal; la crisis financiera desmantela en este momento el castillo de naipes de la unión monetaria europea.
Nos repitieron la fábula de un continente resumen de los valores más avanzados de la civilización: “Aquí nació la democracia, la Carta de los Derechos del Ciudadano, el Estado del Bienestar”... Y en su levitación europeísta se olvidaron de decirnos que en esa tierra de promisión también nació el esclavismo, la Inquisición, el colonialismo o el fascismo.
Si se veían muy apurados nos relataban esa historia tan tierna de Europa como contrapeso de Estados Unidos, del capitalismo productivo y bueno frente al capitalismo especulativo y malo, del modelo social europeo frente al darwinismo norteamericano. Hasta los mandamases de la izquierda repitieron como papagayos el mismo guión autocomplaciente.
Ahora la crisis arrambla con la fachada fraudulenta. La Europa del Capital y de la Guerra presenta su auténtica faz. Tras el escaparate de los Erasmus y Comenius, Bolonia anticipa la universidad clasista; tras la patraña del discurso intercultural, la represión carcelaria de los centros de internamiento de inmigrantes; tras el fetichismo de la moneda única, el euro-yugo, el dogal hunde-pueblos.
Al principio de la crisis cundió el desconcierto en los consejos de administración y en los palacios. Sonaron de nuevo grandes palabras: nacionalización, refundación del capitalismo, revuelta social. Parecía intuirse el fin del letargo, el retorno del antagonista dormido. Vana ilusión. Tras el susto, los poderes económicos y políticos volvieron a la ofensiva de clase, moviendo las fichas de más calado.
El capital demostró, una vez más, su doble condición experta de traficante de sueños y gestor de las crisis. Traficante de deseos, de expectativas, de pulsiones de consumo, pero también hábil administrador de los bruscos despertares. Las burbujas económicas –ya sea inmobiliaria, tecnológica, petrolera o alimentaria- no son un exceso del sistema, sino su condición de existencia; pero las crisis son también consustanciales al capitalismo. Burbuja y crisis, especulación y crisis, constituyen la sístole y la diástole imprescindibles de la Bestia. A esa alternancia corrosiva, los cantores del capitalismo le llaman, con ínfulas de imposible poesía, “destrucción creativa”.
Necesitan destruir, purgar, limpiar la economía (Solbes dixit). Requieren hundir países y desmantelar derechos para recuperar las tasas de ganancia. Precisan eliminar a los competidores más débiles y doblegar a las clases trabajadoras para satisfacer su bulimia de beneficio y restaurar el ciclo de la explotación. Y en esas están.
Los Mercados se convierten en la fuerza telúrica, en los nuevos hados protagonistas de la tragedia. “Hay que restablecer la confianza de los mercados”, dicen a coro los medios de comunicación, la intelectualidad, los políticos y sindicalistas. Los mercados como potencia sobrenatural por encima de los designios humanos señalan con su dedo divino quiénes son los hundidos y los salvados. Hoy el destino fatal y ciego le toca a Argentina y mañana puede cebarse con Islandia, con Grecia o con España.
Y mientras ahogan nuestro grito de angustia con el cuento del Mercado como Nueva Providencia, nos olvidamos de los mercaderes de carne y hueso, de Botín, de Florentino, de las Koplowitz, de los bancos y multinacionales terrenales para los que los gobiernos-capataces urden leyes, plusvalías y rescates a medida.
Vienen a saco. “Lo queremos todo y lo queremos ahora”: el despido barato, el salario de los empleados públicos, la jubilación a los 67, el copago sanitario, las cajas de ahorro, las oficinas de empleo, correos, la privatización de los servicios públicos… Han declarado la lucha (unilateral) de clases, mientras la población trabajadora se abraza a su ficción de clase media propietaria, adherida al consumo y hedonismo programados, dispuesta a cualquier cosa –racismo rampante incluido- con tal de prolongar sus insensatos sueños de nuevos ricos. “Habían olvidado el tiempo de la pobreza/ y el habla de los abuelos; pero no sabían/la vileza sin fin en que vivían/ahora que eran parias de la riqueza” (Celso Emilio Ferreiro). Parias de la riqueza, rocosa clase media, esclavos de la bonanza de los últimos años y abonados a la ideología del todos contra todos y sálvese el que pueda.
Ingenuos, pensamos que la crisis sería el abreojos, la oportunidad para acabar con el encantamiento y sin embargo se adensó la ceguera y el miedo. Los que mandan han comprobado que enfrente apenas hay nada; por eso aprietan el acelerador, por eso no pararán hasta que la rabia de las gentes despierte.
Pero no las tienen todas consigo. De ahí que, compulsivamente, necesiten echar zahorra para ocultar el rastro del robo. Messi regatea magistralmente y Belén Esteban se remienda la cara o las tetas mientras los empresarios corruptores untan con trajes y caballos a los políticos corrompidos; Ronaldo encabeza las remontadas épicas y Bea la legionaria monta el pollo en el Gran Hermano, entretanto el Banco de Santander se embucha 9000 millones más de beneficios.
Llega la hora de la verdad. Han querido cobrarse la primera gran pieza en Grecia y ahora vienen a por España. Allí se han encontrado con una clase obrera y una juventud precaria dispuestas a luchar. Cuatro huelgas generales en tres meses. Y el poder no ha dudado; de nuevo hemos visto la sangre por las calles, de nuevo la antiquísima lección de economía política e infamia: el dinero tiene licencia para matar.
Resignación o resistencia. No hay más caminos. La primera opción pasa por replegarse otra vez al buen rollito, a la oposición consentida en cualquiera de sus formas-la izquierda sumisa y mendicante, el sindicalismo corporativo y parasitario, el posmodernismo evasivo y subvencionado-. La segunda alternativa pasa, en lo inmediato, por la huelga general y por la paciente construcción de un sólido movimiento anticapitalista.
En Mérida, del 29 de mayo al 2 de junio, con motivo de la reunión de ministros de agricultura de la Unión Europea, desde la modestia periférica de nuestras fuerzas, tenemos una oportunidad para contribuir a edificar esa resistencia social contra la barbarie del capital.
Manuel Cañada
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