¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿A qué Sindicato o a qué Partido pertenecía? No lo sé. No pude averiguarlo. Era un hombre del pueblo. Para mí, tenía un nombre simbólico, que mentalmente le di: se llamaba Pueblo. Era alto, fornido, con pelo canoso y el rostro sin afeitar. Su voz era ronca, tal vez por el trágico ajetreo de la jornada dominguera. Un guardia de Asalto me dijo que le había visto ya por allí varias veces, desde por la mañana, arrastrando su carretilla cargada con pedruscos y adoquines, con los que "disparaba", con sus férreos brzos, contra los traidores asesinos del Cuartel de la Montaña. Repetidas veces le habían obligado a retroceder, para preservarle de un balazo. Un murmullo corrió entre la muchedumbre:
- ¡Ya está ahí otra vez "el hombre de la carretilla"! Nosotros le abrimos paso.
[...] Y cuando nos dimos cuenta, ya el hombre del Pueblo lanzaba su primera piedra contra las tapias del cuartel.
Arreciaba el tableteo de la ametralladora...
Nuestros compañeros (los que disponían de un arma) y los guardias de Asalto, se esforzaban, al disparar, buscando hacer blanco en la mortífera máquina. Pero sin resultado.
De pronto vimos al hombre de la carretilla asomarse al borde de la terraza, llevando en sus mano un adoquín enorme. El momento era terrible. nosotros, todos, contuvimos la respiración.
El hombre, en la misma orilla de la azotea, se tambaleó un segundo, levantó los brazos con su pesada carga... Tableteó de nuevo la ametralladora criminal... El pesado adoquín voló con fuerza hacia el lugar en que estaba emplazada la máquina homicida, y ésta enmudeció, oyéndose un
"¡Ay!" desgarrador...
¡La heroicidad estaba consumada! ¡Magnífica puntería! El hombre de la carretilla dio unos pasos atrás... Ya no asomaba por la azotea... Esperamos abajo un buen rato. Nuestro héroe no aparecía.
Al fin, unos compañeros subieron hacia la azotea y se encontraron con el valiente ciudadano tendido entre dos peldaños, sangrando...
Decía:
- ¡Ese cabrón no vovlerá a disparar contra el pueblo! Yo debo tener algún rasguño en la carne; creo que sangro...
Se le condujo a un hospital. Cuando le hubo reconocido el médico, se nos dijo que el infeliz tenía cinco balazos: uno en el pecho, dos en los muslos y otros dos en el vientre. ¡No había salvación!
El hombre de la carretilla, el compañero Pueblo, murió aquella misma noche...
Pero la ametralladora no volvió a disparar, pues al día siguiente fue encontrada, averiada, en un patio del cuartel.
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