martes, 9 de febrero de 2010

La rebeldía es la penúltima enfermedad inventada

Miguel Jara //
El miedo inducido y sus efectos colaterales han llegado muy lejos. Lo comprobamos estos días de “pánico global” por la difusa extensión de la gripe que empezó siendo porcina y ahora es A. Durante los últimos años los laboratorios farmacéuticos están dedicando grandes esfuerzos a expandir enfermedades que no lo son o que no tienen la prevalencia que nos hacen percibir. El fenómeno se conoce como disease mongering, tráfico o venta de enfermedades. El objetivo es que todo el mundo esté medicado para algo; el concepto de enfermedad está estirándose todo lo posible para abarcar a la mayor cantidad de personas que sean catalogadas como “enfermas”, aunque no lo estén, claro. Algunas de las enfermedades inventadas son dramáticas pero hoy les voy a hablar de una de las más jocosas: la rebeldía. Sí, la rebeldía también es una “enfermedad”.

Uno de los laboratorios interesados en vender un remedio -metilfenidato (Concerta)- para esta grave patología explica en la web, creada expresamente para promocionar el Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), que entre los trastornos presentes junto al TDAH, está el Trastorno Oposicionista Desafiante (TOD). Aunque lo parezca no es una broma. El TOD fue incluido por primera vez en el manual DSM III-R. Éste es el libro que actúa como “Biblia” de la psiquiatría. Según la farmacéutica citada, el Trastorno Oposicionista Desafiante:

Consiste en un patrón de conductas negativistas [sic], hostiles y desafiantes presente de forma persistente durante al menos 6 meses. Dichas conductas incluyen discusiones con adultos [está especialmente pensado para niños y niñas], rabietas y enfados, negativa a cumplir las normas establecidas o las órdenes de los adultos, mentiras, culpar a otros de malas conductas propias y resentimiento”

Creo que no es exagerado decir que casi cualquier persona que esté leyendo esto habrá sentido al menos parte de su infancia exhibida en el catálogo de “horrores patológicos” del que nos advierte con tan preocupada intención Janssen-Cilag. Para entender el, aquí sí, enfermizo paroxismo del laboratorio, es muy útil darle la vuelta al argumento, si es que puede catalogarse así esta retahíla acientífica. ¿Existen personas que al menos durante una época de su vida no han discutido con adultos o no han tenido rabietas o enfados? ¿Existen personas que prácticamente siempre durante su infancia o adolescencia han cumplido todas las normas establecidas o las órdenes de sus “superiores” los adultos? Quizá, pero no creo que sea el caso de la mayoría de ustedes.

Lo que define el laboratorio Janssen-Cilag como una peligrosa enfermedad es la rebeldía. Quizá no sea casualidad que una de las sociedades menos rebeldes que la Humanidad ha conocido (me refiero a la actual, claro) coincida con la era del “todos enfermos” que vivimos. Quizá algunos gobiernos e industrias tengan gran interés en “patologizar” a los jóvenes desde la cuna. Porque quizá el autoritarismo democrático e industrial está sembrando en occidente los vientos de desobediencia que recogerán estas y próximas generaciones.

Al catalogar la rebeldía como una enfermedad, la industria farmacéutica, uno de los sectores estratégicos básicos del último capitalismo, en connivencia con los gobiernos a los que subvenciona sus campañas electorales para generarles dependencia[1], consigue dos objetivos: extender mercados hasta el infinito y generar control social fomentando actitudes sumisas y ofreciendo las pastillas “socialcalmantes” a quienes se muestren “diferentes”. Y los médicos que no colaboren con este propósito que tengan cuidado pues también serán considerados rebeldes.

El escritor Juan Gelman describe muy bien la situación en su artículo La doma de los jóvenes bravíos:

Hay una verdadera parafernalia para lograrlo en EE.UU. y el remedio es sencillo: consiste en criminalizar y más, en patologizar a los jóvenes norteamericanos rebeldes, disconformes con el autoritarismo y que lo retan. Se los considera trastornados mentales y carne de tranquilizantes, anfetaminas y otras sustancias psicotrópicas. La Asociación Estadounidense de Psiquiatría bautizó la presunta patología en 1980: porta el nombre de desorden de oposición desafiante (ODD, por sus siglas en inglés) y no se aplica a los delincuentes juveniles. Más bien a quienes no incurren en actividades ilegales, pero muestran ‘un comportamiento negativo, hostil y desafiante”

Como en tantas ocasiones la búsqueda de los orígenes, de las causas, de estos problemas, si es que lo son, se posterga hasta el infinito, quizá porque de buscarlo nos quedaríamos sin problema. Es más, como podemos comprobar, de estos “trastornos mentales” se destacan los aspectos negativos y se llevan al paroxismo para infundir temor, lo que puede ocultarnos los aspectos positivos de la personalidad. Cada persona es diferente y creo que es más constructivo preguntarnos en qué está pensando un niño cuando está distraído o cuando se representan los síntomas de eso que denominamos hiperactividad. Porque tal vez, esas actitudes que calificamos de patológicas son la manifestación de una inteligencia por encima de la media o de una personalidad creativa o el afilado aguijón de una vocación artística. Si consideramos estas condiciones enfermizas y las medicamos -las sometemos artificialmente con la química tóxica-, podemos estar asistiendo a una nueva quema de libros que en vez de desarrollarse durante la negra noche nazi en la Bebelplatz de Berlín, se estaría llevando a cabo todos los días en cualquier parte del mundo que consideramos civilizado.


[1] El capítulo El lobby farmacéutico entra en política del libro Traficantes de salud: Cómo nos venden medicamentos peligrosos y juegan con la enfermedad (Icaria Editorial, 2007) pp. 266-285 abunda en esta cuestión.

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